10 Poemas de Octavio Paz

Octavio Paz fue un poeta y pensador destacado de México, con una formación muy importante y una variedad de temas tocados, a partir de su pluma preciosa, detallista, sumamente sensacional. A continuación, en sintonía, presentamos los mejores 10 poemas de Octavio Paz para leer y compartir.

Los 10 mejores poemas de Octavio Paz

Acabar con todo

Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.

Un poeta no habla solo como un esteta, no solo se preocupa por la belleza y la sonoridad de las palabras, sino por cuestiones actuales o candentes. En Acabar con todo Octavio Paz da una visión negativa de la actualidad, con individualidades estériles, soledades fuertes y un nihilismo en desarrollo ¿Hay un deseo, una voluntad? Que se acabe semejante realidad de una buena vez y qué mejor, en ese sentido, que hacer alusión a las fuerzas de la naturaleza.

Dos cuerpos

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos olas
y la noche es océano.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos piedras
y la noche desierto.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces raíces
en la noche enlazadas.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.

Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío.

La poesía tampoco son divagues, cuestiones demasiado complejas; sino realidades tan cercanas como el amor, ese amor que se hace de a dos y que tantas formas puede adquirir. En un juego hermoso con fuerzas y realidades de la naturaleza, Octavio Paz desanda lo que la corporalidad puede transmitir en el amor, un transcurrir que varía sin cesar.

Elegía interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse…
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

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Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene…
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
«saluda al sol, araña, no seas rencorosa…»

Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

La muerte es una realidad insoslayable en el ser humano, aunque paradojalmente no la vivamos, ya que cuando ella es, uno ya no. Sin embargo, la muerte también es la del otro, la de un espectáculo y también, por qué no, la muerte en la vida misma, en la rutina, en la de un mundo terrestre que, como bien dice Octavio Paz, las variables metafísicas están cerradas: sea por el cielo o por el infierno.

Frente al mar

¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.

¿Las olas se retiran
? ¿Ancas, espaldas, nucas?
¿Pero vuelven las olas
?pechos, bocas, espumas?

Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.

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La simpleza de este poema no nos debe hacer olvidar sus pesadas ideas: el transcurrir de la vida. Todo el cosmos y la naturaleza (y el ser humano no es la excepción) existe, se transforma, persevera y muerte. Es algo inexorable, una imagen de que todo lo que alguna vez es deja de ser; sin embargo, como aquí hace Octavio Paz, se lo puede aceptar de manera estoica, como el curso natural, quitando cualquier tristeza o lamento. Hasta, incluso, podemos hallar un ápice de beatitud.

Silencio

Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

No decir es un decir, señores. Aquí Octavio Paz nos habla del silencio como lugar de inflexión, como necesidad de suspenso y como momento, por qué no, para hacer aflorar una buena cantidad de sentimientos que de otro modo serían inenarrables o de tanto hablarlos se han perdido en su esencia, en su fuerza, como una piedra preciosa manoseada por todo el mundo. Sí, el silencio penetra, brota, es una aguda torre y también una espada.

Otoño

En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!

Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros…

Y algo que no se sabe y dice «nunca»
cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.

Lo bello puede estar acompañado de lo triste, el cambio trae carencias y a veces ciertas carencias, como las del amor, son difíciles de soportar. La soledad es protagonista en este poema, junto al deseo que rompa con ese solipsismo a veces doloroso y embriagante. No es casualidad que se pase de un otro, al gran Otro, es decir, a Dios mismo en el poema ¿Él tiene la respuesta o es el objeto de amor que nos saca de esa individualidad espantosa?

El pájaro

Un silencio de aire, luz y cielo.
En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron…
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.

Excepcional poema que juega con una magnífica paradoja, que solo es aparente: si hay muerte es que hubo vida antes. Por lo tanto, Paz nos invita en un inicio a un paisaje quieto, absorto, casi detenido como un paraíso eterno (a tal punto que los bichos eran símiles a las piedras) y, sin embargo, con la llegada del pájaro empieza el dinamismo, el devenir, la modificación, que es muerte porque también es vida o que es muerte porque es parte de la vida.

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La rama

Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.

Otro poema en donde queda clara la idea existencial de la perpetua transitoriedad de absolutamente todo, su belleza justamente porque no dura, así como ese pájaro, trémulo, sobre la rama, canta y se quema ¿Vivir no es un constante quemarse? ¿Acaso no vivimos por un tiempo hasta que nuestra llama, brillante por momentos, ya se apague sin más? Entre una gigantesca estrella en el espacio y una pequeña vida en la tierra hay una línea de continuidad.

Mis manos

Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.

Palpar, el tacto, seguramente un sentido dejado de lado, que pierde su primacía respecto a la vista, que nos hace acordar a una animalidad pasada y, sin embargo, tan necesario para conocer al otro o en todo caso crear al otro, como nos recuerda Octavio Paz en este sucinto poema.

La calle

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

El existencialismo de Octavio Paz es evidente y sus temas, tratados de manera impecable, también, como la soledad o el solipsismo en este caso. La vida puede ser símil a esta calle larga y silenciosa, en donde el individuo del relato no ve nada y si se detiene es para vislumbrar una continuidad del mismo paisaje. El seguir a otra persona es solo un reflejo, una imagen fantasmática, ya que todos estamos abismados en nuestro ser, casi sin conexión con cualquier otredad. Naturalmente, dicha pieza puede servir como crítica a la sociedad del momento.

 

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